Razón o emoción. La eterna lucha en nuestras aulas

Abstract

Como maestra practicante, que cursa el último año de formación inicial para comenzar a ejercer la docencia como profesional, considero que podemos lograr prácticas educativas positivas para los alumnos siendo agentes positivos en la educación, esto puede leerse trillado y complicado de ejercer en la práctica pero comenzando de a poco y manejando nuestra propia inteligencia emocional podemos lograrlo. Si bien, conlleva una actividad reflexiva diaria en la que se aprende de los errores y de las asertividades, donde a partir de la autorreflexión de las experiencias vividas se puede reponer la persona y construir un proyecto de vida sano. Parto del siguiente supuesto: es un eje central el rol de las emociones en los procesos de enseñanza y aprendizaje. La hipótesis es que partiendo de esa centralidad de las emociones es importante establecer que estas influyen tanto positivamente como negativamente en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Entonces sería interesante analizar y comprender cómo influyen para buscar la forma de intervenir en ambos. ¿Cómo aprendemos los sujetos? ¿Cuál es el rol de las emociones en ese proceso cognitivo? ¿Qué es la inteligencia emocional? ¿Desde cuándo la inteligencia emocional es percibida como una inteligencia? Con dichas interrogantes y muchas más realizaré el presente ensayo, de las cuales no pretendo mencionar respuestas a todas ellas, porque no es el objetivo, pero sí invitar a pensar sobre todas esas situaciones en las cuales observamos estudiantes con falta de motivación por aprender, baja autoestima, que se consideran insuficientes, con percepción de autovalía altas y bajas, autoconceptos en construcción o desajustados, dónde los docentes tienen tanto para aportar en el logro de una adecuada y sana construcción, ¿Cómo influye ello en sus procesos de aprendizaje? Y ¿Cómo mejorarlo? es la pregunta central de este trabajo.